sábado, 4 de noviembre de 2023

Policromías de otoño

 Comparto mi último artículo en La Tribuna de Toledo

Quienes tienen la paciencia de seguir leyendo este Torreón, saben que uno de mis lugares favoritos es el Real Sitio de San Ildefonso, al que no falta una visita en esta estación tan hermosa que es el otoño. Recientemente he podido volver a pasear por sus jardines, en plena explosión de colores otoñal, una de las experiencias estéticas más intensas que creo puede vivirse en estas fechas.

Los jardines de San Ildefonso cumplen a la perfección la finalidad para la que fueron creados. No se trata, como a veces se repite, de recrear el fastuoso Versalles de Luis XIV, centro de una intensa vida cortesana y ceremonial, sino otro pequeño palacio, Marly, destruido durante la Revolución, y donde el Rey Sol se retiraba a descansar y alejarse del mundanal ruido. El espíritu atormentado, melancólico de Felipe V le llevó a proyectar este lugar de reposo y sosiego del alma, donde vivir su retiro tras abdicar en su hijo Luis I. El fallecimiento prematuro de éste obligó al primer Borbón español a retornar al trono, y el Real Sitio cambió su función, siendo a partir de entonces uno de los diferentes lugares donde la corte, en su cíclico vagar anual, tenía la “jornada” de verano, entre las estancias primaverales de Aranjuez y de otoño en El Escorial.

Al contrario que los reyes de España, yo prefiero San Ildefonso en otoño, cuando la rica policromía de sus variadas especies componen un hermoso mosaico de colores de toda índole, desde el rojo intenso que apunta en las hojas más altas de los liquidámbares hasta el marrón oscuro de los castaños o el verde amarillento de los abedules. Una sinfonía que se despliega ante los ojos, llenando de belleza las pupilas, bien abiertas para no dejar escapar el mínimo detalle. Deambulo por los cuidados jardines, me adentro en el bosque, bajo un cielo gris, encapotado, que después de descargar abundante lluvia la tarde anterior, cubre las alturas de la Sierra, deshilachándose las blanquinegras nubes en jirones que se entremezclan con las coníferas, creando una atmósfera propicia al ensimismamiento y la meditación. Los arroyos, plenos de agua, estallan en mil sonidos que acallan el elocuente silencio que envuelve al caminante. La armonía entre la obra creadora del hombre, plasmada en los trazados de los jardines, las esculturas y fuentes, y la dinámica de la naturaleza, alcanzan, en el Real Sitio, una de sus mayores y más fecundas manifestaciones.

Frente a la vorágine que nos arrastra, las prisas, la necesidad de optimizar y rentabilizar al máximo el tiempo, “perderlo” en un paseo sin rumbo por el Real Sitio es, en el fondo, ganarlo. Es llenar el espíritu, elevar el alma, fecundar el corazón.

Concluyo la visita con un alto en otro lugar con encanto, la librería y cafetería Farinelli, donde se puede tomar un café o un buen vino entre libros, música y consejos literarios.

¿Qué más pedir?

domingo, 22 de octubre de 2023

La estatua del rey

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo 

Uno de los problemas más graves que tenemos en el campo de la educación en España es la terrible ignorancia de nuestra Historia. Lo percibo cada día impartiendo clase en la Universidad, y me reafirmo, con gran tristeza, a través de pequeñas anécdotas que, en sí mismas, no tendrían mayor importancia, pero que sumadas nos hablan de un panorama desolador.

Me encontraba yo hace unos días en Madrid, en la Puerta del Sol, aguardando a un amigo. Como siempre es bueno tener un punto de referencia, habíamos quedado junto a la estatua ecuestre de Carlos III. Mientras esperaba, se acercó junto a mí un grupo de chavales, de unos 17-18 años, y que por lo que entendí, debían hacer un trabajo de clase sobre estatuas de la capital, indicando a quién pertenecían. Al llegar, vieron, como resumen de la larga inscripción que explicaba quién había sido Carlos III, un breve texto: “Madrid al rey ilustrado”; este fue el nombre que asignaron a la escultura. Tras hablar de otras cosas, y antes de marcharse, uno de ellos preguntó que quién era ese rey ilustrado. Entre los chicos hubo silencio hasta que alguien respondió: “No sé, un tal Alfonso, ¿No?”. Aunque estoy acostumbrado a escuchar de todo en el aula, la anécdota me dejó pensativo y preocupado.

Estatua ecuestre de Carlos III (Puerta del Sol, Madrid)
En varias ocasiones he denunciado en esta columna los bajos niveles con que accede a la Universidad un alumnado que, supuestamente, ha pasado una prueba exigente y que trae una larga experiencia de estudio y aprendizaje. La dolorosa verdad es que el sistema educativo español está haciendo agua. El cambio continuo de leyes, la implementación de unas pedagogías que, demostrando muchas veces su fracaso, siguen imponiéndose por motivos puramente ideológicos, las altas ratios en las aulas, una cultura que desprecia el esfuerzo, el abandono de los hábitos de lectura, la asfixiante burocracia que hace perder tiempo y ánimos a los docentes, son algunas de las causas de este grave problema que no se soluciona maquillando los datos. Es un auténtico fraude el que se está cometiendo con el alumnado, quedando los más débiles social y económicamente expuestos a un futuro de explotación laboral, al carecer de la mínima cualificación, aunque se les haya ido pasando de curso. Lo más grave es esto, que leyes calificadas de progresistas están dejando tirados a quienes no tienen posibilidad de suplir las carencias de la escuela.

Hace tiempo que los docentes reclamamos un gran pacto educativo, que asegure una educación de calidad por encima de los vaivenes de las alternancias políticas. Es clamar en el desierto. Y, sin embargo, nos jugamos demasiado. Generaciones ignorantes son carne de cañón para la manipulación. Necesitamos recuperar una formación integral, que no olvide, junto a la formación científica y tecnológica, el conocimiento humanístico, la historia, la literatura, la filosofía, el arte. Nuestras raíces.

Porque las humanidades nos hacen más humanos, más críticos, más libres.


sábado, 23 de septiembre de 2023

Escritoras medievales

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

A pesar de que aún perviva en cierto imaginario colectivo la idea de la Edad Media como un periodo oscuro, tenebroso, la realidad, más allá del mito –nacido entre los humanistas del Renacimiento, que reivindicaban el latín clásico y rechazaban ese periodo medio transcurrido entre los grandes autores grecorromanos y ellos- es que los mil años pasados entre el fin del Imperio Romano de Occidente y la conquista de Constantinopla por los turcos, límites simbólicos del periodo, fueron una etapa rica, compleja, diversa, en la que convivieron, como en toda época humana, como ocurre con la nuestra, luces y sombras, y en la que el genio humano produjo algunas de sus mejores obras, desde la arquitectura de las catedrales góticas a las elucubraciones de la reflexión filosófica.

Es preciso superar esos viejos y falsos tópicos sobre el Medievo. Algo que sólo se logrará adentrándonos en esos siglos fascinantes. Uno de los lugares comunes es la idea de que las mujeres no tuvieron apenas importancia. Y, sin embargo, además de las figuras que conocemos por la historia política, como Urraca de Castilla, María de Molina o Isabel de Portugal, por ceñirnos al ámbito hispánico, o las que aparecen en el santoral, como Catalina de Siena o Brígida de Suecia, reformadoras y fundadoras, tenemos también un elenco de mujeres que se dedicaron a la cultura, a escribir y crear obras literarias, científicas o filosóficas. El ideario educativo medieval, en una de sus obras más logradas, el De eruditione filiorum nobilium, de Vicente de Beauvais, basándose en el libro del Eclesiástico, afirmaba rotundamente la necesidad de educar a las hijas.

Entre los ejemplos más señalados tenemos, en época carolingia a Dhuoda, autora de un manual para formar príncipes. Por el siglo XI, Trótula de Salerno escribió un libro sobre las dolencias de las mujeres que se usó como texto de medicina hasta el XVI. En la corte francesa del rey Carlos VI, destacó la genial Cristina de Pizan, autora de más de veinte obras, entre las que destacó La ciudad de las damas, defendió el acceso de las mujeres al conocimiento; en sus poesías expresó su situación vital, como refleja el verso “Solita estoy y solita quiero estar”. Muchas de ellas, así como sus baladas, se hicieron muy populares. En el ámbito monástico germánico encontramos figuras como Hrotsvitha de Gandersheim, autora de obras de tinte dramático, que ensalzaba las virtudes femeninas; Herralda de Hohenburg, que compuso la que puede considerarse la primera enciclopedia escrita por una mujer, su Hortus deliciarum y la difícilmente catalogable, por su desbordante personalidad y fecundidad creativa, Hildegarda de Bingen.

Hildegarda de Bingen
Esta última es fascinante. El papa Benedicto XVI, en 2012, la proclamó Doctora de la Iglesia, por sus escritos espirituales. Pero también escribió sobre medicina, moral, antropología, teodicea, cosmología; inventó una lengua artificial y compuso obras musicales. Algunas podemos disfrutarlas en castellano gracias a las editoriales Trotta y Siruela.

¿Edad Media, oscura?

domingo, 16 de julio de 2023

Acerca de "Memorias de Adriano"

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Conocer las grandes figuras del pasado es siempre un aliciente para superarnos y tratar de vencer la mediocridad en la que solemos movernos la mayor parte de los mortales. El género biográfico ha sido una de las ocupaciones preferentes de los historiadores, que tratamos de recuperar, enmarcado en su contexto, el desarrollo vital de personajes que han tenido –o no- un papel en la sociedad. Pero a veces, junto a las frías descripciones que solemos hacer los profesionales de la Historia, podemos encontrar alguna biografía fruto del interés de algún escritor, capaz de regalarnos auténticas obras maestras. Como muestra, las geniales que realizó Stefan Zweig sobre Fouché o María Antonieta. Aunque hay una que, creo, supera a todas.

El otro día, al hilo de mis paseos romanos junto a Castel Sant´Angelo, la evoqué. Pero hoy quiero volver sobre ella, pues, en este insoportable verano de campaña electoral, se ha convertido en un oasis que permite evadirme de este agobiante bombardeo que estamos sufriendo por parte de políticos que, nuevos Romanones, fieles al axioma de que las promesas electorales están para incumplirlas, nos regalan los oídos con cantos de sirena, en una almoneda vergonzosa e inmoral, verdadero y consciente insulto a la inteligencia del ciudadano. Se trata, lo habrán sospechado, de ese maravilloso libro de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, poesía hecha novela, belleza lírica encarnada en unas supuestas memorias del emperador ya anciano, que mira hacia atrás, desde la conciencia lúcida del próximo fin de su existencia.

Retrato de Adriano

Lo he leído y releído en varias ocasiones. Y, como me ocurre con otra obra maestra, El nombre de la rosa, siempre descubro nuevos matices. Su autora tardó varios años en escribirlo, destruyendo, incluso, una primera versión. En él vertió sus inmensos conocimientos, fruto de una pasión desbordante, sobre el mundo clásico. Las fuentes consultadas, ricas, variadas, nos hablan de una cuidadosa documentación, que abarca desde los estudios de ese fantástico lugar que es la Villa Adriana en Tívoli, hasta la información sobre acontecimientos, personajes –incluido el misterioso Antínoo- que culminan en el propio emperador.

El retrato de Publio Elio Adriano es magistral. Una verdadera introspección que revela los más hondos recovecos de su alma – esa animula vagula blandula- desde la que vamos descubriendo la historia de Roma en el momento de su mayor esplendor. Pero no es sólo historia; arte, política, filosofía y pasiones humanas, sobre todo el amor, se van entretejiendo para formar un primoroso paisaje que nos enseña, deleita e invita la reflexión. Un homenaje a la cultura grecolatina de la que aún bebemos y vivimos. Revelación de un hombre “que casi llegó a la sabiduría”.

La traducción, realizada por el escritor argentino Julio Cortázar, es una de las más destacadas de la obra de Yourcenar. Y el protagonista, estadista de amplia visión, nos obliga a lamentarnos por la horda de mediocres que solicitan nuestro voto este mes del divino Julio.


domingo, 19 de marzo de 2023

El Tito Berni

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Hasta hace unos días era tan sólo (con tilde, claro) un desconocido diputado que, como el resto, se limitaba a votar disciplinadamente lo que el partido le indicaba. Ahora es el símbolo de la corrupción devastadora que, como una lepra, se extiende, desde hace ya bastantes años, abarcando todo tipo de ideología, por la vida política española, degradada por personajes que parecen sacados de la versión más cutre de Torrente. Una pléyade de arribistas llegados al albur de un sistema partidista que prima, no la calidad, el mérito, la valía, sino la obediencia ciega, el acatamiento disciplinado, la aquiescencia obsequiosa, y eso desde las diferentes juventudes, en las que niñatos sin oficio ni beneficio van ascendiendo a base de servilismo, peloteo u otras cosas, desde los más humildes puestos hasta alguna concejalía que permita dar el salto a cargos más altos, tal vez diputado o senador, o quizá localmente, consejero, delegado o director de alguna de las innecesarias sinecuras con las que las diferentes administraciones premian la lealtad perruna de sus fieles militantes.

Tito Berni es la expresión más evidente de un sistema que ha ido expulsando a los mejores, que se sustenta en una ciudadanía que, cada vez más acrítica, ve con asco, pero muchas veces con resignación, el lodazal en que han convertido a la res publica. No es un caso aislado, sino, por desgracia, la evidencia de un mal que supura por la piel de la vida nacional, esterilizando las muchas potencialidades que, como sociedad, tenemos. Vamos, despeñados, rumbo a convertirnos en una especie de república bananera, en la que la chulería, la prepotencia de una casta política ensoberbecida y alejada de la ciudadanía –“¿qué más da?” preguntaba casi indignado el inefable Patxi-, ha conducido a las instituciones a un grado de desprestigio del que será difícil salir.

“Corruptio optimi pessima”, decían los clásicos. “La corrupción de los mejores es la peor de todas”. Nuestros políticos deberían ser los mejores, los más preocupados por el servicio público, por el bienestar de los más desfavorecidos, por la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, por la construcción de un futuro mejor para todos. Por el contrario, vemos sólo intereses partidistas, mediocridad, incompetencia, chulería, ineptitud unida a soberbia. Despilfarro, chabacanería, cortedad de miras, ineficacia. Un cáncer que puede matarnos como sociedad, un veneno que nos destruye lentamente, un óxido que corroe la estructura social.

Es preciso que, como ciudadanos, reaccionemos. La cosa pública nos atañe a todos. Urge un compromiso firme para renovar la política, que ha de volver a ser un servicio noble que se preocupe prioritariamente del bien común. Y que los “Tito Berni” se conviertan en una anécdota.

Hace cien años, en los estertores del régimen de la Restauración, España vivió una situación de descrédito político muy similar a la actual. Aquello desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. De cómo acabe ahora depende de nosotros.